jueves, 5 de enero de 2017
domingo, 13 de septiembre de 2015
martes, 8 de septiembre de 2015
jueves, 6 de diciembre de 2012
Las Tres Damas, Recuerdos Oscuros
Capítulo 7-2
Pero Frodo sabía la verdad, al igual que Sam, la tentación fue demasiado fuerte y él se hallaba al límite de la cordura y de la vida.
Dirigió su mano izquierda hacia su pecho, exactamente hacia el lugar donde el Anillo había colgado de la cadena, estrujó, cerrando el puño, la camisa como deseoso de encontrarlo allí, era suyo, sólo de él.
De pronto, se vio ante el abismo rojo de fuego y lava del Monte del Destino, allí de pie, lleno de dudas y sin comprender, ¿por qué debía arrojarlo?, era su tesoro, era suyo…, entonces decidió quedárselo, decidió tomar posesión de su preciada joya, ¿qué podía pasar?, sólo quería salvarse, salir de allí y desaparecer para siempre.
Se colocó el Anillo, y Frodo, instintivamente, hizo ese movimiento, como una imitación de los hechos pasados. Cuando el Anillo le hizo desaparecer, cuando se volvió invisible ante los ojos del Mundo, vio la verdad, vio al verdadero Amo del Anillo, vio que todo aquel esfuerzo fue en vano, fútil, no había escapatoria, no podría ser nunca libre ni tampoco podría disfrutar de su “tesoro brillante y mágico”.
Sauron lo vio y lo reclamaba…
Lo que aconteció después sólo lo supo por su fiel amigo Sam, él había sucumbido y después se sintió desgarrado cuando Gollum le arrancó el dedo de un bocado, el dedo que tenía el Anillo, el trauma fue tan fuerte que sólo deseaba morir, y lo pero de todo, es que al final fue débil y no fue capaz de terminar con la misión.
Una mano fuerte, aunque no tan grande como la de hombre, le tocó el hombro presionando con suavidad, Gimli le miraba preocupado, Frodo estaba muy pálido, con los ojos entornados y un gesto extraño en las manos:
-¿Estás bien Frodo? – preguntó Gimli – pareces enfermo.
Frodo reaccionó a la voz ronca y gutural del enano, tomó aire casi asfixiado, hacía un buen rato que mantenía la respiración, concentrado como estaba en sus recuerdos y se dio cuenta de que su mano izquierda parecía colocar el Anillo en el dedo inexistente. Aquello lo sorprendió y rápidamente ocultó las manos dentro de los bolsillos.
-¿Quieres un poco de agua?
-No Gimli, me encuentro bien – dijo Frodo con una ligera sonrisa y volviendo el color a sus mejillas – sólo…, recordaba los acontecimientos del pasado.
-¡Hum!, si, supongo que lo que debiste vivir fue una experiencia terrible y difícil de olvidar.
Frodo pensaba que jamás lo olvidaría, que el Anillo, la mordedura de Ella-Laraña y el Hálito Negro del Espectro, le habían dejado unas cicatrices que jamás sanarían, pero sobre todo era aquella sensación de vacío imposible de llenar que sentía y que sabía era la Sombra dejada por el Anillo de Poder, aquello era algo que no había compartido con nadie, ni si quiera con su esposa y a menudo se preguntaba si su tío Bilbo habría sentido algo así, él también fue el “amo” durante muchos años, aunque tuvo la voluntad suficiente de abandonarlo a tiempo, antes de acabar siendo otro Gollum.
Gimli tiro de él hacia el interior de la gran sala y se dirigieron hacia unas estanterías, en ellas había gran cantidad de hachas, lanzas y picas, Gimli tomó dos hachas:
-Ves esto Frodo, pues son trabajos de Enanos, provienen de las Colinas de Hierro… - decía agitando las afiladas hachas, Frodo escuchaba al enano, necesitaba despejar su mente de siniestros pesarosos recuerdos – pequeño hobbit, son ligeras y mortales, están bien calibradas y hasta uno de tu raza podría, manejarlas sin problemas, ¡prueba, toma una!
Frodo sacó las manos de los bolsillos y tomó una de aquellas hachas, en verdad era ligera y parecía fácil de manejar.
Aragorn había sido mudo espectador de lo ocurrido a Frodo, lo vio acercarse a la vitrina donde se encontraba Dardo, la cota de Mithril y sus ropas, lo vio allí, pequeño y angustiado, queriendo sentir de nuevo su “tesoro”, comprendió sus tribulaciones, nunca se libraría del daño de aquel objeto maligno.
Aunque parecía feliz, a ratos podía caer en aquel estado depresivo y oscuro, pero el hobbit era fuerte y estaba siempre rodeado por gente que lo quería y, a demás, estaba Valentina…
Exhaló humo y formó varios círculos que fueron disipándose, recordó al mago, era un experto en hacer círculos con el humo de su pipa, pronto estaría allí también.
Aragorn sonreía, la compañía de sus camaradas de viaje lo alegraban: Boromir contaba historias de batallas a los entusiasmados Merry y Pippin, Frodo devolvía la enorme hacha al orgulloso enano, aquel arma no iba con él y mientras, Aragorn disfrutaba de cierta paz fumando, cosa que como Rey no podía hacer últimamente.
Pero Frodo sabía la verdad, al igual que Sam, la tentación fue demasiado fuerte y él se hallaba al límite de la cordura y de la vida.
Dirigió su mano izquierda hacia su pecho, exactamente hacia el lugar donde el Anillo había colgado de la cadena, estrujó, cerrando el puño, la camisa como deseoso de encontrarlo allí, era suyo, sólo de él.
De pronto, se vio ante el abismo rojo de fuego y lava del Monte del Destino, allí de pie, lleno de dudas y sin comprender, ¿por qué debía arrojarlo?, era su tesoro, era suyo…, entonces decidió quedárselo, decidió tomar posesión de su preciada joya, ¿qué podía pasar?, sólo quería salvarse, salir de allí y desaparecer para siempre.
Se colocó el Anillo, y Frodo, instintivamente, hizo ese movimiento, como una imitación de los hechos pasados. Cuando el Anillo le hizo desaparecer, cuando se volvió invisible ante los ojos del Mundo, vio la verdad, vio al verdadero Amo del Anillo, vio que todo aquel esfuerzo fue en vano, fútil, no había escapatoria, no podría ser nunca libre ni tampoco podría disfrutar de su “tesoro brillante y mágico”.
Sauron lo vio y lo reclamaba…
Lo que aconteció después sólo lo supo por su fiel amigo Sam, él había sucumbido y después se sintió desgarrado cuando Gollum le arrancó el dedo de un bocado, el dedo que tenía el Anillo, el trauma fue tan fuerte que sólo deseaba morir, y lo pero de todo, es que al final fue débil y no fue capaz de terminar con la misión.
Una mano fuerte, aunque no tan grande como la de hombre, le tocó el hombro presionando con suavidad, Gimli le miraba preocupado, Frodo estaba muy pálido, con los ojos entornados y un gesto extraño en las manos:
-¿Estás bien Frodo? – preguntó Gimli – pareces enfermo.
Frodo reaccionó a la voz ronca y gutural del enano, tomó aire casi asfixiado, hacía un buen rato que mantenía la respiración, concentrado como estaba en sus recuerdos y se dio cuenta de que su mano izquierda parecía colocar el Anillo en el dedo inexistente. Aquello lo sorprendió y rápidamente ocultó las manos dentro de los bolsillos.
-¿Quieres un poco de agua?
-No Gimli, me encuentro bien – dijo Frodo con una ligera sonrisa y volviendo el color a sus mejillas – sólo…, recordaba los acontecimientos del pasado.
-¡Hum!, si, supongo que lo que debiste vivir fue una experiencia terrible y difícil de olvidar.
Frodo pensaba que jamás lo olvidaría, que el Anillo, la mordedura de Ella-Laraña y el Hálito Negro del Espectro, le habían dejado unas cicatrices que jamás sanarían, pero sobre todo era aquella sensación de vacío imposible de llenar que sentía y que sabía era la Sombra dejada por el Anillo de Poder, aquello era algo que no había compartido con nadie, ni si quiera con su esposa y a menudo se preguntaba si su tío Bilbo habría sentido algo así, él también fue el “amo” durante muchos años, aunque tuvo la voluntad suficiente de abandonarlo a tiempo, antes de acabar siendo otro Gollum.
Gimli tiro de él hacia el interior de la gran sala y se dirigieron hacia unas estanterías, en ellas había gran cantidad de hachas, lanzas y picas, Gimli tomó dos hachas:
-Ves esto Frodo, pues son trabajos de Enanos, provienen de las Colinas de Hierro… - decía agitando las afiladas hachas, Frodo escuchaba al enano, necesitaba despejar su mente de siniestros pesarosos recuerdos – pequeño hobbit, son ligeras y mortales, están bien calibradas y hasta uno de tu raza podría, manejarlas sin problemas, ¡prueba, toma una!
Frodo sacó las manos de los bolsillos y tomó una de aquellas hachas, en verdad era ligera y parecía fácil de manejar.
Aragorn había sido mudo espectador de lo ocurrido a Frodo, lo vio acercarse a la vitrina donde se encontraba Dardo, la cota de Mithril y sus ropas, lo vio allí, pequeño y angustiado, queriendo sentir de nuevo su “tesoro”, comprendió sus tribulaciones, nunca se libraría del daño de aquel objeto maligno.
Aunque parecía feliz, a ratos podía caer en aquel estado depresivo y oscuro, pero el hobbit era fuerte y estaba siempre rodeado por gente que lo quería y, a demás, estaba Valentina…
Exhaló humo y formó varios círculos que fueron disipándose, recordó al mago, era un experto en hacer círculos con el humo de su pipa, pronto estaría allí también.
Aragorn sonreía, la compañía de sus camaradas de viaje lo alegraban: Boromir contaba historias de batallas a los entusiasmados Merry y Pippin, Frodo devolvía la enorme hacha al orgulloso enano, aquel arma no iba con él y mientras, Aragorn disfrutaba de cierta paz fumando, cosa que como Rey no podía hacer últimamente.
domingo, 2 de diciembre de 2012
Las Damas de Tierra Media, Recuerdos Oscuros
Capítulo 7
Los varones del grupo se encontraban reunidos en el museo de la armería, en esta ocasión se encontraba con ellos Aragorn, que tal y como prometió en la Sala del Trono a Merry y Pippin, fumaba la excelente hierba del “viejo Toby”.
Boromir había estado en muchas ocasiones en aquel lugar, lo conocía bien, al igual que todas las viejas historias de las hermosas piezas que allí se encontraban: espadas, escudos, armaduras, cotas de malla, estandartes…, etc.
El museo y todo lo que allí se encontraba le había despertado siempre el interés y desde muy pequeño había pasado las horas contemplando las viejas y excelentes armaduras, los hermosos yelmos de reyes de antaño y se había imaginado el poder de aquellas antiguas espadas combatiendo contra los enemigos. Boromir sentía fascinación por las historias de lucha y las hazañas bélicas de sus antepasados y los lejanos Reyes de Gondor.
Merry y Pippin escuchaban atentamente a Boromir, este tenía una gran espada en las manos, se la veía pesada y la larga hoja, brillante y bien afilada. Sostenía el arma por la labrada empuñadura con fuerza y seguridad y la agitaba haciendo un movimiento de ataque, dando mandobles, la hoja parecía cortar el propio aire:
-… y de esta forma mataba a sus enemigos, les cortaba la cabeza de un tajo y aquellos que veían aproximarse la mortífera hoja, huían despavoridos – dijo Boromir.
Pippin observó que Boromir le costaba trabajo mantener el arma empuñada y en movimiento, la espada era realmente grande y debía pesar mucho:
-Pero, esa espada es demasiado grande para un hombre, ¿no?, casi no puedes manejarla.
Boromir le miró volviendo a depositarla en su lugar:
-Esta espada es muy antigua y los hombres de antaño, los dúnedain de la época de los Reyes de Gondor era de una constitución más fuerte y altos de talla…, la raza – dijo algo pensativo y en voz más baja – fue declinando con el pasar de los años y el mestizaje con otros hombres de menor nobleza.
Pippin miró a Merry y volvió a dirigir la mirada a Boromir:
-Eso mismo sucedió con los Albos, que al mezclarse con otros hobbits terminaron perdiéndose, pero – sonrió satisfecho – de esta forma casi todos los hobbits de la Comarca tenemos algo de Albos.
Alejados de ellos, en un rincón apartado, pero bien iluminado, se encontraba Frodo, se separó de sus amigos sin que estos advirtiesen su distanciamiento. Pensativo y silencioso, observaba una vitrina, que a pesar de encontrarse apartada de aquella otra sala donde lucían las armaduras y espadas de los Hombres, era un lugar de obligada visita para todos los que fueran allí
Detrás de la vitrina, en la pared, se había colocado una placa metálica ricamente tallada y donde aparecía la inscripción de la Casa de Telcontar, el escudo del Rey Elessar, pero también había una leyenda escrita en Quenya y Oestron.
Frodo no necesitaba leer aquella historia, la conocía de sobra muy bien, sólo miraba atento las piezas que se encontraban en el interior de la vitrina. Quizás con añoranza, quizás con dolor.
La cota de mithril brillaba intensamente bajo la rojiza luz del atardecer, dando la sensación de despedir un resplandor como de sangre; Frodo recordó el día en que el viejo Bilbo se la regaló, sabía que a su sobrino le haría más falta, pues el viaje que debía realizar era el peor de todos.
Dardo estaba también allí, resplandeciente y orgullosa la hoja de los elfos de Beleriand, ahora descansaba posada en la fría superficie del blanco mármol. Contrastando con aquellas piezas impolutas, hermosas creaciones de antaño que los Maestros Enanos y Elfos crearon con todo el saber y tuvieron un destino digno de contar en los anales del Mundo, se hallaban sus estropeadas y sucias ropas. Allí estaban sus pantalones y la camisa hobbit, los que vistió desde que salió de la Comarca y su capa élfica, ¿o era la de Sam?, no lo recordaba, como si fueran unas reliquias a las cuales no se les puede poner un valor.
“Con ellas Frodo cruzó la Tierra Media y se adentró en el País de las Tinieblas, caminó bajo la Sombra sin ser visto, ascendió el Monte del Destino y cumplió su cometido, no exento de dolor y penurias”, así rezaba en la leyenda.
Los varones del grupo se encontraban reunidos en el museo de la armería, en esta ocasión se encontraba con ellos Aragorn, que tal y como prometió en la Sala del Trono a Merry y Pippin, fumaba la excelente hierba del “viejo Toby”.
Boromir había estado en muchas ocasiones en aquel lugar, lo conocía bien, al igual que todas las viejas historias de las hermosas piezas que allí se encontraban: espadas, escudos, armaduras, cotas de malla, estandartes…, etc.
El museo y todo lo que allí se encontraba le había despertado siempre el interés y desde muy pequeño había pasado las horas contemplando las viejas y excelentes armaduras, los hermosos yelmos de reyes de antaño y se había imaginado el poder de aquellas antiguas espadas combatiendo contra los enemigos. Boromir sentía fascinación por las historias de lucha y las hazañas bélicas de sus antepasados y los lejanos Reyes de Gondor.
Merry y Pippin escuchaban atentamente a Boromir, este tenía una gran espada en las manos, se la veía pesada y la larga hoja, brillante y bien afilada. Sostenía el arma por la labrada empuñadura con fuerza y seguridad y la agitaba haciendo un movimiento de ataque, dando mandobles, la hoja parecía cortar el propio aire:
-… y de esta forma mataba a sus enemigos, les cortaba la cabeza de un tajo y aquellos que veían aproximarse la mortífera hoja, huían despavoridos – dijo Boromir.
Pippin observó que Boromir le costaba trabajo mantener el arma empuñada y en movimiento, la espada era realmente grande y debía pesar mucho:
-Pero, esa espada es demasiado grande para un hombre, ¿no?, casi no puedes manejarla.
Boromir le miró volviendo a depositarla en su lugar:
-Esta espada es muy antigua y los hombres de antaño, los dúnedain de la época de los Reyes de Gondor era de una constitución más fuerte y altos de talla…, la raza – dijo algo pensativo y en voz más baja – fue declinando con el pasar de los años y el mestizaje con otros hombres de menor nobleza.
Pippin miró a Merry y volvió a dirigir la mirada a Boromir:
-Eso mismo sucedió con los Albos, que al mezclarse con otros hobbits terminaron perdiéndose, pero – sonrió satisfecho – de esta forma casi todos los hobbits de la Comarca tenemos algo de Albos.
Alejados de ellos, en un rincón apartado, pero bien iluminado, se encontraba Frodo, se separó de sus amigos sin que estos advirtiesen su distanciamiento. Pensativo y silencioso, observaba una vitrina, que a pesar de encontrarse apartada de aquella otra sala donde lucían las armaduras y espadas de los Hombres, era un lugar de obligada visita para todos los que fueran allí
Detrás de la vitrina, en la pared, se había colocado una placa metálica ricamente tallada y donde aparecía la inscripción de la Casa de Telcontar, el escudo del Rey Elessar, pero también había una leyenda escrita en Quenya y Oestron.
Frodo no necesitaba leer aquella historia, la conocía de sobra muy bien, sólo miraba atento las piezas que se encontraban en el interior de la vitrina. Quizás con añoranza, quizás con dolor.
La cota de mithril brillaba intensamente bajo la rojiza luz del atardecer, dando la sensación de despedir un resplandor como de sangre; Frodo recordó el día en que el viejo Bilbo se la regaló, sabía que a su sobrino le haría más falta, pues el viaje que debía realizar era el peor de todos.
Dardo estaba también allí, resplandeciente y orgullosa la hoja de los elfos de Beleriand, ahora descansaba posada en la fría superficie del blanco mármol. Contrastando con aquellas piezas impolutas, hermosas creaciones de antaño que los Maestros Enanos y Elfos crearon con todo el saber y tuvieron un destino digno de contar en los anales del Mundo, se hallaban sus estropeadas y sucias ropas. Allí estaban sus pantalones y la camisa hobbit, los que vistió desde que salió de la Comarca y su capa élfica, ¿o era la de Sam?, no lo recordaba, como si fueran unas reliquias a las cuales no se les puede poner un valor.
“Con ellas Frodo cruzó la Tierra Media y se adentró en el País de las Tinieblas, caminó bajo la Sombra sin ser visto, ascendió el Monte del Destino y cumplió su cometido, no exento de dolor y penurias”, así rezaba en la leyenda.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)