jueves, 1 de mayo de 2008

Derufod, el mensajero de Boromir, XI

Una extraña niebla, capítulo XI

Déorwine y Arod caminaban con paso rápido por el senderillo que llevaba a la quebrada, era difícil caminar por aquel lugar pedregoso y cubierto de barro; Déorwine soltaba maldiciones cada vez que tropezaba o resbalaba, la pica era muy pesada e incómoda de llevar en aquel lugar, la mano que sujetaba la tea ardiente la mantenía firme y aunque caminaba con rapidez, era evidente que estaba cansado y más que harto de la bestia y del gondoriano.

Arod, lo miraba de reojo, pero seguía silencioso con su antorcha bien encendida, iba el primero atento a cualquier cosa que se moviera en la creciente oscuridad del lugar.
Déorwine habló al muchacho y su voz denotaba bastante enfado:
-¡No vayas tan rápido canijo!, esta maldita lanza pesa demasiado.
Arod se paró y volvió la mirada hacia el hombre, no le gustaba nada aquel tipo y si pudiera, lo dejaría solo en medio del bosque, para que se lo comiera aquel monstruo.
Déorwine se paró a su lado, jadeando e intentando ver algo, desde hacía rato había dejado de llover, pero todo parecía de un color gris plomizo, rocas, árboles, cualquier planta. El viento agitaba con fuerza las ramas de los árboles y el fuego de las antorchas; tanto Arod como Déorwine se quedaron mirando el movimiento del fuego, lo único que podía distanciarles del licántropo, según dijo Derufod.
Eso y la luz del sol podían mantener alejada a la bestia acechadora, pero en aquellos momentos, luz del sol no había y peor aún, pronto anochecería, y si las teas se apagaban, ¿qué sería de ellos?
Ambos parecían pensar lo mismo y fue Déorwine quién instó al muchacho a que siguiera caminando.
El rohir malhumorado comenzó a hablar, pero Arod no parecía hacerle mucho caso, caminaba vigilante, alumbrando con su antorcha cualquier figura o sombra.
-¡Yo no debería estar aquí, sino terminando de construir mi establo…! -decía sin levantar la mirada del embarrado suelo - pronto me casaré con Alwyn y mi casa debe estar terminada…, pero esa maldita bestia está retrasando mis planes.
-¿Qué importancia tiene eso cuándo están muriendo personas? – le replico de pronto Arod, su voz fue un susurro, pero Déorwine lo escuchó perfectamente, -¿o es qué a ti no te importan los muertos?
-Claro que me importan, ¡canijo!, pero esos ya no pueden levantarse y yo aún estoy de pie y quiero casarme en vez de morir.
Arod pensó en ese momento que él también podía haber muerto, si no hubiera ido con Derufod y los hombres; de haber permanecido en la choza habría sufrido el destino de su madre, pero ahora estaba allí, caminando y eso era una buena señal.
El viento agitó los árboles con más fuerza y de pronto todo quedó en silencio, nade se movía a excepción de ellos dos.
Ardo se detuvo con la mirada fija en un punto por delante de ellos, Déorwine dio un par de pasos más mirando hacia el mismo lugar.
Algo más alejado de ellos, en dirección hacia la quebrada, una sombra se movió, apareció y despareció, rápida y silenciosa, y de pronto volvió a aparecer quedando quieta. Ambos rohirrim se quedaron petrificados y silenciosos, las teas en alto ardiendo con fuerza, eran como dos soles refulgentes cuyas llamaradas iluminaban el espacio del bosque oscuro y frío; la luz amarillenta penetraba en cualquier rincón ensombrecido del bosque, entre las rocas, entre los árboles.
El caballo de Déorwine parecía mas rubio bajo las antorchas y su rostro más pálido, su expresión pasó de la sorpresa al ver aquella figura fantasmal en el camino, a la duda y, frunciendo el entrecejo, se tornó su aspecto más rabioso, apretando los dientes y lanzando una nueva maldición en susurro.
Mientras, Arod permanecía con los ojos muy abiertos, inmóvil como una blanca estatua bajo las danzantes llamas de las teas.
De la sombra imprecisa que obstruía el paso a poca distancia de ellos, pareció que emanaba una extraña neblina, se arrastraba como penachos humeantes serpenteando por el embarrado y pedregoso senderillo, deslizándose pasmosamente hacia Déorwine y Arod, que seguían quietos, incapaces de moverse o hablar; la niebla llegó hasta sus pies y enroscándose cual serpiente de translúcido gris, fue ascendiendo por sus cuerpos hasta envolverlos por completo, como si ahora las dos formas parte de la propia existencia de la niebla, espesa, grisácea y húmeda.
Ni Ardo ni Déorwine podían gesticular, mover un músculo o dejar escapar sonido alguno de sus gargantas. Se sentían atrapados por aquella misteriosa neblina, que no sólo los cubría como un manto sino que oscurecía la luz de las antorchas, absorbiendo la luminosidad que las llamas, ahora altas y serenas, desprendían.
Déorwine movía los ojos de un lado para otro, aterrorizado ante lo que estaba viviendo, podía oír los frenéticos latidos de su corazón como si un tambor resonara en su propio pecho a ritmo acelerado.
Aquello que estaba sucediendo debía ser una especie de encantamiento, pensaba aterrorizado Déorwine, ninguna niebla que él conociera se comportaba así, ni hacía paralizar a la gente. Algún hechizo obraba allí y se sentía incapaz de realizar movimiento alguno, lo deseaba desesperado, pero le resultaba imposible. Arod deseaba saltar hacia un lado del sendero, correr entre la abundante maleza y alejarse de aquel lugar, la situación era tan siniestra y ofuscante; su cerebro ordenaba ponerse en movimiento, pero la pegajosa niebla mágica le impedía moverse, a excepción de la respiración y los ojos. Quería tragar saliva, pero también le resultaba imposible.
Podía notar como algunas gotas de agua resbalaban por su rostro, tenía el pelo empapado, al igual que sus andrajosas ropas y, hasta hace unos momentos, temblaba y tiritaba de frío, sin embargo desde que la neblina los cubrió, se sentía aislado del frío y casi reconfortado por la humedad tibia que emanaba de ella.
Observó atento todo lo que le rodeaba. Déorwine estaba a su izquierda, ligeramente adelantado a él, con la tea en alto, cuya llama permanecía tan petrificada como ellos, y la lanza a la derecha, oscura como una grieta. Podía ver de reojo el rostro quieto y pálido del hombre y como sus ojos azules miraban hacia el camino buscando el origen de todo aquello.
Arod desvió la mirada hacia la derecha, la luz de la antorcha que él sostenía no hacía sombras en los alrededores y se dio cuenta de que podía ver los árboles y las piedras, el barro del senderillo, los arbustos cubiertos de gotas de lluvia y la oscuridad de un atardecer ya muy avanzado, no es que la visión fuera muy clara, pero podía distinguir todo aquello a través de la grisácea niebla.
Entonces, un sonido lo alertó, provenía de atrás, por donde ellos habían avanzado. Sintió, más que ver, la tensión de Déorwine, el hombre también lo había oído y miraba desesperado al muchacho temiendo la peor.
El miedo atenazó a Aldor cuando oyó pasos arrastrados y pesados por el senderillo. El viento parecía agitar las ramas de los árboles y una espontánea lluvia cayó repentinamente de las altas copas empapándolo todo. Los pasos se acercaban, el muchacho notaba el corazón desbocado casi en la garganta, parecía que se le fuera a salir; de reojo, y por la derecha vio una sombra que se aproximaba, alta y demasiado corpulenta para ser la de un hombre.
¿Quién sino la bestia merodeaba por aquellos lugares?
Arod pensaba que estaban perdidos, sin posibilidad de avisar a Derufod y a los otros, alguien les había tendido una trampa a ellos y el licántropo pronto daría buena cuenta de los dos, después satisfecha su hambre, atacaría a los demás.
Mientras aquellos funestos pensamientos recorrían su aterrorizadamente, el monstruo legendario se les acercó desde atrás, no parecía tener prisa andando con pesada lentitud. Les adelantó unos cuantos pasos y, tanto Arod como Déorwine, pudieron verlo perfectamente. Enorme y encorvado, de hombros robustos y poderosos brazos, sus manos eran oscuras garras de afiladas y largas uñas. Un oscuro y áspero pelo le cubría el cuerpo, sus piernas dobladas a la manera de las bestias tenían una poderosa zancada y las garras de sus pies eran letales.
Los potentes cuartos traseros del licántropo dieron un par de pasos y Arod observó algo que le pareció fuera de lugar para un ser como ese, le dio la sensación de que cojeaba.
La bestia se paró y giró con lentitud su cabeza, posando la sanguinolenta mirada sobre ellos. Su cabeza era grande, enorme y de su picudo hocico sobresalían sus terribles colmillos, e incluso, podía verse parte de su repugnante encía. Sus ojos eran lo peor de aquel ser. Miró hacia ellos llenos de ira y odio, rojos como la sangre que emana de una mortífera herida y con un brillo espectral en ellos, capaces de helar a sus victimas.
Estaba empapado a consecuencia de la lluvia y sus patas cubiertas de barro y sangre. Arod no apartaba la mirada de las patas, porque en ella había sangre y recordó las trampas que él colocaba alrededor de su casa. ¿Aquellas heridas podrían ser consecuencia de las trampas?… No lo sabía, pero un atisbo de esperanza comenzó a crecer en su corazón, era posible que la bestia no pudiera alcanzar la choza y su madre aún estuviera viva.
Aquel ser demoníaco entrecerró los rojizos ojos de manera maliciosa y comenzó a olisquear los alrededores, hacia arriba y hacia abajo, izquierda y derecha, hacia el frente, donde ellos estaban, buscaba con el olfato los rastros que había seguido y que la lluvia había ido apagando; dejó escapar un gruñido de su oscura garganta, largo y amenazante, como la propia maldición que envolvía a aquel ser y girándose de nuevo, les dio la espalda avanzando por el senderillo hasta perderse en la creciente oscuridad de la nueva noche que se avecinaba.

3 comentarios:

Maeglin dijo...

Ya se echaba de menos al bueno de Derufod por estos lares. Ese licantropo viene con "las de Cain" por muy herido que parezca.
Un consejo te r4ecomiendo que si no lo has hecho ya le des una oportunidad a la saga de GEORGE R.R. MARTIN: Canción de Hielo y Fuego. Yo estoy "devorando" el primer libro.

ALGORITMO dijo...

Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras
y pasaré los fuertes y fronteras

Me han parecido apropiados estos versos de Juan de la Cruz para expresarte mi admiración por tus tres blogs, que prometo leer con paciencia y detenimiento.

Anónimo dijo...

Tremendo el miedo que inspira semejante bestia. Yo no hubiera sido capaz de adentrarme en el bosque para ir en su busca y si la mala suerte lo hubiese cruzado por mi camino, seguro que me habría muerto del susto o de la tensión.

Muy interesante.