lunes, 8 de octubre de 2007

Derufod el mensajero de Boromir III

Capítulo 3. La bestia.
La llegada a la aldea fue bastante singular, caía la tarde y los últimos rayos del sol crepuscular quedaban difuminados por una cortina neblinosa que descendía hacia el valle, dándole al poblado un aspecto algo difuso, fantasmal.No era la primera vez que iba allí, pero los acontecimientos recientes le habían dado al lugar una atmósfera de misterio. Las casas y sus corrales estaban dispuestas alrededor de lo que era una plaza empedrada y en el centro existía una especie de muerte circular desde donde el mayoral convocaba a los aldeanos a reunión. Todo estaba desierto, no se veía a nadie, sin embargo los animales estaban en sus corrales y de los tiros de las casas brotaba el humo de los hogares encendidos.
Derufod escuchó el graznido de unos gansos, avanzó con su caballo por detrás de unas cuantas chozas y se encontró con una niñita muy rubia que intentaba controlar a los ruidosos gansos, la niña se le quedó mirando desconcertada, Derufod desmontó:
-¿Dónde están todos?-
Allí, en el cementerio -dijo la niña señalando una colina alta.
La colina era un túmulo y Derufod pudo observar que grupitos de personas, cabizbajos y silenciosos, se dirigían de vuelta a sus hogares.La gente lo miró con cierto recelo y sin dirigirle la palabra se encerraron en sus casas, atracaron puertas y ventanas; Derufod se quedó esperando, creía conocer al mayoral de la aldea, un hombre rechoncho y casi calvo. El granjero le recomendó que se presentara de su parte, entre ellos dos había buena amistad y el mayoral no dudaría de un desconocido que iba en nombre de su amigo, además llevaba las insignias de Gondor en los brazaletes de cuero y el broche que prendía al cuello su capa: el Árbol Blanco y siete estrellas.

Así sucedió, aunque sorprendido el mayoral por la presencia de un caballero de Gondor, no puso reparos en hacerlo pasar a su casa.Aldor, que así se llamaba el mayoral, llevaba bastante tiempo en su cargo y la gente lo respetaba, pero el rohir, de aspecto cansado y viejo, no parecía preparado para enfrentarse con algo tan misterioso y malévolo como lo que atacaba a la aldea. El hombre se mostró amable con Derufod y comenzó a habarle:
-Hoy hemos enterrado al pobre niño que le atacó la bestia, murió esta mañana y sus padres han quedado desolados.
-Es lamentable- dijo Derufod en voz baja e hizo una pausa
- ¿Vieron sus padres qué fue lo que le atacó?
-No, ellos estaban en la casa, el niño en el establo dando de comer a los caballos... todo fue muy rápido- Aldor parecía no querer hablar sobre ello, quizás porque fuera tarde y estaba cansado o porque se aproximaba la noche y era cuando la bestia aterraba a todos.
-Yo estoy aquí para ayudar si puedo, me gustaría ver huellas de esa criatura, señales de sus dentelladas y hablar con testigos oculares, como el pastor que dice qué vio algo.
-Sí, bueno, os agradezco vuestro interés, pero ahora cae la noche y nadie saldrá del poblado, levantamos una muralla de estacas y encendemos hogueras, pero nadie sale de noche.
Aldor tomó una jarra de vino que una de sus dos hijas le sirvió; la muchacha le ofreció otra a Derufod que aceptó, tenía la garganta seca y el vino le hizo bien.

El mayoral era un hombre viudo y sus dos jóvenes hijas preparaban la cena, susurraban entre sí y dirigían miradas a Derufod conteniendo la risita, al parecer se sentían atraídas por el invitado de su padre, Derufod pensó divertido que sería la comidilla del lugar y que para las muchachas aquel extranjero de tierras lejanas era una distracción más alentadora que los ataques de la misteriosa criatura. Los dos hombres seguían hablando, mientras las muchachas guisaban algo que olía bastante bien. Aldor ofreció su casa a Derufod para que durmiera en ella el tiempo necesario, la vivienda era amplia, de planta rectangular y con una habitación adosada a un lado. De repente, escucharon pasos fuera y oyeron golpear la puerta, sin esperar respuesta se abrió entrando, algo sofocado, un rohirrim de buena estatura, corpulentos hombros, una larga melena rubia y una mirada de desafío en los ojos dirigida a Derufod.
Después de cerrar la puerta saludó al mayoral y miró receloso a una de las jóvenes, la más alta y de prominentes pechos, debía de ser su prometida, dedujo Derufod y debía tener mucha confianza con el mayoral para entrar en su casa con aquellos modales:
-Yo estoy encargado de la guardia esta noche, y me dijeron que llegó un extranjero, no nos fiamos de nadie...
Parecía a punto de lanzarle cuchillos a Derufod con la mirada; el mayoral se puso en pie tocando el brazo del joven rohir:
-Viene de parte de Wihelm, para ayudar si puede, es un caballero de Gondor, de Minas Tirith- recalcó el viejo Aldor para tranquilizar al otro.
-Es imposible que hasta allí hayan llegado rumores de los ataques de la bestia, cuando nadie se atreve a viajar.
-Me hospedaba en la casa de las postas y me interesó el tema -dijo Derufod muy tranquilo, pero sin apartar sus ojos verdes de la mirada desafiante del joven, seguía allí sentado si esperar ninguna respuesta, los dos rohirrim comenzaron a dialogar en su propio idioma que Derufod no entendía, del rohirrico sólo conocía unas cuantas frases imprescindibles.
La muchacha más joven, apenas tuviera catorce años, anunció algo, Derufod pensó que la cena debía estar lista, porque la mayor, sin apartar la mirada del joven corpulento, comenzó a disponer platos sobre la mesa.
La cena no fue muy amena, el mayoral comía con apetito pero muy silencioso, el joven llamado Déorwine lanzaba miradas de desconfianza hacia Derufod y palabras de desafío.
-Si tanto le interesa lo que ocurre, podríais hacer guardia conmigo esta noche, a lo mejor la bestia viene y podéis verla directamente a los ojos.
Aldor miró fijamente al joven, su rostro era serio, pero no dijo nada, los modales de Déorwine dejaban mucho que desear, Derufod pensaba que aquel hombre se convertiría pronto en el yerno del viejo mayoral, posiblemente, era el mejor partido de la aldea para su hija.-Seguro que la bestia no es más que un enfermo de rabia, ya he visto esto otras veces en pequeñas aldeas aisladas.
Los ojos azules del rohir se encendieron, ¿el extranjero se había atrevido a llamarle ignorante aldeano?
-Esto es una pequeña aldea aislada de Rohan, pero los males siempre vienen de fuera.
-Bueno Déorwine -intervino el viejo Aldor -si tienes guardia no debería demorarte, las hogueras deben permanecer encendidas...
El joven se levantó tomando el último bocado, volvió a mirar a la muchacha que comía cerca del hogar junto a su hermana, ella le dedicó una picarona sonrisa y después, quizás inconscientemente, la hija de Aldor miró a Derufod. Para Déorwine aquello no pasó desapercibido, se giró hacia el hombre de Gondor.
-Os esperaré, venid montado en vuestro caballo y traed vuestras armas.

Tal como dijera el impetuoso Déorwine, el caballero de Gondor no dudó en presentarse aquella noche para hacer la guardia junto al joven.Cuatro grandes hogueras iluminaban el trozo de terreno que separaba la aldea de la primera línea de árboles, más allá, el río estrecho pero impetuoso corría zigzagueando hasta internarse en el oscuro y profundo bosque. La noche era clara, la luna menguante había desaparecido pronto de los cielos; las estrellas brillaban esplendorosas en la cálida noche en la que nada parecía fuera de lugar, ningún sonido era extraño o diferente: el crick de unos grillos, el zumbido de los insectos nocturnos atraídos por la luz de las crepitante fogatas, el lejano croar de las ranas, el famélico ladrido de algún perro distante...
Derufod se presentó ante el joven rohir montado en su caballo y preparado para la acción, llevaba un arco corto que manejaba a la perfección, incluso cuando su fiel montura se lanzaba al galope, aunque Derufod pensaba que no haría falta marchar tras aquella desgraciada criatura, en cuanto lo tuviera a tiro le clavaría una de sus flechas hiriéndolo y comprobando que se trataba de alguien enfermo infestado de rabia, acabando así con aquella leyenda que tenía a todos atemorizados.
Déorwine vio llegar al extranjero, le miró de arriba a abajo, serio y casi malhumorado, se erguía orgulloso en su silla de montar e intentaba parecer algo más que un simple aldeano de un perdido valle del Folden Este de Rohan; llevaba una tea ardiendo en la mano izquierda y una larga lanza en la otra, dirigió su caballo hacia Derufod manejándolo hábilmente con sus piernas.
-Dirigíos hacia la fogata del pozo, yo vigilaré la parte de los establos, no os alejéis demasiado de las hogueras, al parecer, el fuego lo atemoriza o al menos lo hace huir.
Derufod asintió observando como le daba la espalda y se alejaba, parecía muy seguro de sí mismo, como si ya hubiera participado en batallas, era posible que Déorwine hubiera recibido instrucción militar en un éored y fuera buen compañero en la lucha, pero hasta ahora sólo había demostrado ser un joven impetuoso, altanero y muy celoso.
Derufod, se encontraba cerca del pozo, el lugar donde se extraía el agua para toda la aldea, estaba a pocos pasos de las casas y más allá una de las hogueras crujía y consumía los leños que él echó hacía rato; la noche transcurría sin ninguna novedad y Derufod comenzaba a cansarse de todo aquello, al parecer "la bestia" había decidido no atacar el lugar. Se alejó del pozo y de la amarillenta luz de la hoguera, distraídos observaba el juego de sombras que producía la fogata en el terreno y los movimientos de ésta en los cercanos árboles.
Su caballo lanzó un suave resoplido, moviendo las orejas hacia delante y hacia atrás. Derufod percibió la tensión del animal, parecía atento a los sonidos, entonces se dio cuenta de que los familiares ruidos nocturnos habían cesado, el silencio parecía total, excepto por la hoguera. Los alrededores adquirieron una extraña calma, algo se avecinaba, Derufod tensó sus piernas sobre los estribos levantándose para observar mejor lo que le rodeaba, los árboles y sus sombras danzantes no mostraban nada anormal.

El caballo se reclinó hacia atrás nervioso, Derufod intentó calmarlo apartando la vista por un instante de los árboles, entonces fue cuando su caballo relinchó con fuerza encabritándose, Derufod vio algo que se movía rápido y fugaz por su derecha, tensó el arco y disparó hacia aquélla extraña sombra oscura que se había lanzado contra su montura con tal violencia, que el animal no pudo equilibrarse sobre sus dos patas traseras y calló de un lado con todo su peso atrapando la pierna izquierda de su jinete.Derufod abrió los ojos, un terrible aullido envolvió la noche apagando cualquier sonido: el relinchar desesperado del caballo, el grito de Derufod al caer y quedar el brazo izquierdo en una difícil postura.La bestia estaba allí mirando a Derufod con su boca llena de sangre, como si le sonriera burlonamente, sus diente rojos, sus ojos de un brillo púrpura...
La bestia era algo mucho más grande de lo que Derufod habría podido soñar nunca, "un gaurhoth", oyó en su mente la voz de Éolywyn. El dolor del brazo le abrumaba y la pierna atrapada bajo su montura le inmovilizaba, él estaba allí a merced de aquel espantoso ser sediento del miedo y la sangre de sus víctimas.
La bestia hizo un movimiento que Derufod creyó era de manera lenta y pausada, se arrancó con una de sus garras la flecha que le hubo clavado en el pecho como si nada y se dirigió hacia él. El caballo volvió a agitarse violentamente en un movimiento de puro instinto por levantase, de esta forma su pierna quedó liberada, pero el malherido caballo comenzó a desangrarse más rápidamente.
Derufod quería salir de allí corriendo, la bestia iba a por él, saltaba por encima de él y su moribunda montura, algo grande que gritaba y agitaba una enorme tea ardiente, era Déorwine con su caballo.
Al caer la antorcha sobre la faz del ser demoníaco volvió a aullar sorprendido y retrocediendo ante el fuego esparcido, Déorwine, sin dejar de gritar, intentó clavarle la punta de su lanza, Derufod volvió la vista hacia el poblado y vio hombres que se acercaban corriendo con antorchas, algunos ya a la altura de la fogata le lanzaban más teas ígneas a la criatura.La bestia se lanzó en una rápida huida hacia la seguridad del bosque, Déorwine le persiguió con su lanza en ristre, pero los hombres le alertaron de que abandonara la persecución, no debía acercarse a los árboles. Derufod fue más consciente del dolor del brazo izquierdo, lo tenía casi inútil y temió que se le hubiera roto, miró a su caballo que yacía en el suelo, los intestinos se le habían salido por la terrible dentellada sufrida y un enorme charco de sangre empapaba la suave hierba, ya no se movía, un terrible fin para un animal tan valiente y noble; tenía ganas de llorar y lo hubiera hecho, pero los hombres lo alzaron y lo arrastraron sacándole de allí.

Derufod volvió a mirar a su amigo muerto, los rohirrim parecían que le hablaban, pero él estaba absorto, lejano.
-Mañana lo enterraremos... debemos refugiarnos.
-Sí, pronto, es posible que la bestia vuelva.Alguien le tanteaba el brazo herido produciéndole un terrible dolor.-No está roto...
-Ha tenido suerte y ha visto a la bestia, ¿verdad caballero de Gondor, que no es un enfermo? -dijo la petulante voz de Déorwine.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Uy, uy, uy, qué altivo nos ha salido el amigo Déorwine. Puede que en el fondo sea buena persona, no lo pongo en duda, pero de momento se está mostrando un poco agresivo con nuestro pobre Derufod.

Supongo que se sentirá un poco amenazado -entre otras cosas por las aparentes atenciones de su chica hacia el gondoriano- y, obviamente, no estará dispuesto a bailarle el agua al primer extranjero que aparezca en el poblado, pero podría ser un poquito más cortés, que uno siempre debe ser educado, je, je, je.

La aparición de la bestia ha estado muy bien, aunque me ha dado mucha penita el fatal desenlace para el caballo de Derufod. Pobre animalito, que no había hecho nada malo. Al menos, nuestro protagonista sigue vivo, aunque no sé cuál será el alcance de sus lesiones.

Seguimos leyendo desde Emyn Arnen. ¡Saludos!