domingo, 11 de noviembre de 2007

Derufod el mensajero de Boromir IV

Capítulo 4. Más enigmas en el bosque

Derufod y Déorwine se encontraban en la casa del mayoral, éste había salido junto con otros vecinos para intentar calmar a los caballos, qué presintiendo a la maléfica criatura por los alrededores, estaban muy nerviosos. La hija mayor de Aldor había preparado un ungüento que ahora utilizaba para masajear el brazo de Derufod. Sentía un terrible dolor, desde la punta de los dedos hasta la espalda y sobre todo en la zona del codo, la chica frotaba con fuerza el brazo, masajeándolo con el ungüento aceitoso, aquello lo estaba matando de dolor, Derufod no sabía si era bueno el remedio casero o sería mejor dejar el brazo que sanara solo. Al parecer el daño sólo era muscular, no tenía nada roto, aún así sentía unas punzadas que le dejaban sir respiración y le hacía saltar las lágrimas: procuraba guardar la compostura e intentaba que un solo gemido saliera de su boca.

Se había desabrochado parte de su ropa y estaba con el torso desnudo, el brazo izquierdo sufriendo aquellatortura que, según dijo la chica, aliviaría el dolor y evitaría el engarrotamiento muscular. Déorwine le miraba amenazante, atento a todos sus movimientos y si sus ojos se dirigían a la mujer, el rohir dejaba escapar un gruñido. Derufod se estaba cansando de la impertinencia de aquel tipo, en lo que menos pensaba en aquellos dolorosos momentos era en la chica y lo único que deseaba era que dejara de frotar su brazo y poder descansar y recapitular con todo lo ocurrido.

Había perdido su caballo, que quedó tumbado y desangrado en el suelo y a punto estuvo él de yacer junto a su desgraciado montura de la misma forma, la criatura que los atacó no era nada que él hubiera visto alguna vez, Éolywyn le dijo algo sobre un gaurhoth, quizás tuviera razón, porque aquello parecía un demonio salido de una terrible pesadilla, un ser entre lobo y hombre, pero lo que más miedo le dio, fue advertir en la rojiza y malévola mirada de la bestia, el brillo de la inteligencia, no se trataba de una criatura salvaje y primitiva, aquel ser pensaba.

La chica estaba vendándole el mal herido brazo, casi no tenía fuerza en él y le dolor punzante persistía, en ese momento entró el mayoral, parecía preocupado y asustado, miró a Derufod y después al joven, le dio unas cuantas palmadas en el hombro a modo de agradecimiento por salvar al caballero de Gondor. Derufod aún no le había dicho nada al respecto, pero era cierto que si Déorwine no interviene con rapidez, él ya sería historia, sin embargo, se resistía a tener que agradecerle la vida a aquel joven impetuoso y resabiado que lo único que había hecho era desafiarlo con descortesía y desprecio.

La hija de Aldor terminó y silenciosa recogió sus cosas, pero antes de marcharse se volvió hacia Derufod, llevaba el camisón puesto y un simple chal le cubría los hombros, la suave tela insinuaba perfectamente sus voluminosos pechos.
-No mováis demasiado el brazo, n haced mucho esfuerzo y no os quitéis el vendaje hasta pasado unos días.- dicho esto desapareció tras unos cortinajes que dividían la estancia. Derufod comenzó a sentir cierto calor en el brazo, era una tibieza que le recorría todos los músculos, tendones y piel, al perecer el ungüento comenzaba a hacer efecto.
El viejo Aldor se sentó a su lado, seguía mirándole con preocupación y le ayudó a vestirse, Derufod no conseguí amover bien el brazo que le lanzaba punzadas dolorosas, pero notaba como el ungüento le producía calor y ese calor le aliviaba bastante.
Déorwine le dio la espalda, parecía observar las danzantes llamas de la chimenea, en el exterior apenas si es oía algo, la normalidad volvió a la aldea en una noche que había comenzado muy ajetreada y violenta. Derufod se sintió más cansado que nuca, aunque calor recorría toda su espalda con un efecto adormecedor, como un bálsamo tranquilizador, quería tumbarse y dejarse llevar.
Aldor le devolvió a las realidad, su voz era a penas un susurro, Derufod supuso que no quería alertar a sus hijas que dormían al otro lado del cortinaje:
-Bueno, ¿qué ceeis que es?, decir vos que le habéis visto bien. Déorwine se giró para mirarlo, parecía sonriente y esperaba escuchar la nueva versión de aquel gondoriano, quería oírlo decir que aquella bestia no era un hombre ni un lobo, quería saber de su ignorancia.
Derufod lo miró de reojo, se produjo un silencio, había cierta tirantez en el ambiente, él no sabía a ciencia cierta que era aquello, pero se negó a dejar ver su falta de conocimientos, recordó las palabras de la dama Éolywyn y lo que ella le dijo encajaba bastante bien con lo que él había visto esa noche, así que dedujo que la bestia era un licántropo:
-Todo fue muy rápido y Déorwine actuó de manera correcta ahuyentando a eses ser, pero no tuve demasiado tiempo para verlo…-volvió a mira de reojo al joven rohir, su aspecto era imponente, alto y musculoso tenía los brazos cruzados sobre el pecho, la melena rubia le daba un aspecto leónido, no parecía demasiado satisfecho, el hombre de Gondor no alabó su hazaña, sólo dijo que actuó correctamente; de esta forma, Derufod no tenía que rebajarse para darle las gracias, acababa de dejar claro que el joven había hecho lo que debía, así que prosiguió, pero cada vez se sentía más cansado, como si los ojos fueran a cerrársele en cualquier momento:
-Deduzco de lo que vi, que esa criatura es un gaurhoth, un licántropo, un espíritu maligno y torturado encerrado en el cuerpo de un ser parecido a un lobo –eran exactamente las palabras que la dama Éolywyn le dijera aquella mañana en el cuadra- al menos así lo dicen las historias antiguas…
Aldor abrió totalmente los ojos, su expresión era bien clara, “¡cómo iban a enfrentarse a eso!”; Déorwine había dejado caer sus manos hacia los costados, susurró en su propio idioma y se acercó a los dos hombres:
-¿Dónde pasareis la noche? –la pregunta sorprendió a Derufod, parecía más importante eso que el descubrimiento del licántropo.
-Es mi huésped Déorwine, dormirá aquí.
-No es conveniente ni necesario.-¿Por qué?, yo le ofrecí mi casa… -dijo Aldor levantándose.
-Dormirá en la mía –repuso Déorwine –no es respetable que un extraño duerma en la misma casa donde hay dos mujeres jóvenes, la gente murmurará…

Aldor miró a Derufod, para ver si el replicaba, pero el gondoriano se sentía tan débil y adormilado que le daba igual donde dormir.
La casa del rohir estaba cerca de la del mayoral, era reciente su construcción, olía madera nueva y todo estaba muy limpio. Déorwine dejó a un lado las pocas pertenencias de su “invitado” y le señaló un catre cerca del fuego donde podría dormir. Derufod no tenía ganas de hablar, el brazo le dolía al moverlo, se quitó las botas como pudo y se colocó lo más cómodo posible en el catre observó medio dormido que el joven iba y venía por la estancia hasta que su conciencia se perdió en el descanso y en los sueños profundos que no retendría su memoria.

Algo despertó a Derufod, algún sonido lejano que no logró identificar, cuando abrió los ojos no reconoció el lugar, se sentía desorientado y notaba aún el cansancio del largo y pesado sueño. Estaba tumbado bocarriba observando las vigas del techo, intentó reincorporarse, pero una punzada de dolor lo abatió cuando movió bruscamente el brazo izquierdo, entonces todos los recuerdos inundaron su mente: estaba en la casa de Déorwine y anoche tuvo la oportunidad de ver a la bestia que amenaza la aldea desde hacía días, había perdido su caballo y él se lastimó el brazo al caer con brusquedad junto a su montura.
Se palpó el hombreo y el brazo notando el vendaje aplicado por la joven y al girar la cabeza, vio cerca del castre algunas de sus pertenencias y sus armas. Eso significaba que los rohirrim ya habría entierrado a su caballo. Se levantó lentamente y comprobó, cerrando y abriendo la mano que había recuperado algo de fuerza. Pero intentó mover lo menos posible el brazo izquierdo.
Tenía hambre y quería asearse: la casa estabas solitaria, pensó que Déorwine debió marchar se hacía tato, de pronto oyó unos golpecitos en la puerta y ésta se abrió lentamente dejando entrar la brillante luz del sol, la mañana ya estaba avanzada. Una cabeza rubia asomó por la puerta:
-¡Hola, buenos días! –era la hija menor de Aldor, cuando vio a Derufod sentado en el catre le sonrió entrando, llevaba una cesta con comida y un cazo con leche –le traigo algo para desayunar, Déorwine es muy descuidado con respecto a la comida y mi hermana preparó suficientes alimentos para todos.
La chica lo dejó todo en la mesa y comenzó a abrir los postigos de las ventanas inundando de luz la estancia que le resultó a Derufod más sencilla e inacabada que antes.
-¿Cómo te llamas?-Dorwyn y mi hermana Alwyn –dijo la chica de sonrisa sincera y aspecto somático, era un par de años más joven que su hermana, muy delgada, pero con unos grandes ojos de un celeste brillante, Derufod pensó que con unos cuantos años más sería una mujer muy bonita.
-Dorwyn, ¿dónde puedo asearme?-Detrás de la casa encontraras lo que necesitas…
Derufod salió y oyó como ella animaba el fuego de la chimenea y colocaba algo para calentar la leche. Cuando regresó la mesa estaba repleta de cosas para desayunar y mientras comía, Dorwyn se le quedó mirando, Derufod le lanzaba miradas de reojo y permanecía en silencio comiendo, ella sonriente, se dispuso a hablar:
-Te contaré algo que nadie sabe, ni siquiera mi hermana. Su voz era un susurro y le dio un tono de intriga –tengo un amigo en el bosque, vive allí con su madre que ésta algo enferma, yo voy a veces para ayudarla un poco, pero mi padre no los sabe, él no quería que salga de la aldea y mucho menos que visite a mi amigo. Pero él me contó algo…-ella calló un momento para saber si había captado la atención de aquel caballero de Gondor, normalmente pocos le hacían caso cuando ella hablaba, Derufod con la boca llena la miró con sus ojos verdes intrigado por aquella pausa, la chica le sonrió y se acercó aún más a él- mi amigo dice que la bestia no llegó sola, seres horribles la perseguían por el bosque y él dice que intentaron darle caza.
Derufod dejó de comer y la miró con el ceño fruncido, podía ser una fantasía de la chica para llamar la atención, pero algo le decía que no era así.
Esos seres fueron todos muertos por la propia bestia, mi amigo me contó que todo fue terrible y ahora el lugar donde yacen los cadáveres, están maldito.
-¿Me llevarías a la casa de tu amigo?, me gustaría hablar con él sobre esas otras criaturas –dijo Derufod interesado.
-Sí, -asintió Dorwyn, parecía feliz en aquel momento –pero deberá ser pronto, mi padre no está y debemos regresar antes de la tarde.
Derufod asintió, terminó de desayunar, aquello podría significar una nueva pista, algo que le indicara la naturaleza del licántropo y así podía ser destruido de alguna manera, se resistía a llamar a su señor Boromir, porque en realidad no tenía ninguna certeza de cómo eliminar a aquel ser y se sentía tan solo y desalentado como los aldeanos, si Boromir llegaba hasta allí, quizás diera a conocer su identidad como heredero a la senescalía de Gondor y mandara llamar a algunos de los hombres del éored del mariscal, pero cómo explicar su presencia allí y la de la dama Éolywyn. El asunto no debía salir de aquel lugar, no quería poner en compromiso a su señor, ni a su dama; mientras su mente divagaba con aquellos asuntos, tomó su espada que le costó trabajo colocarla en el cinto, si hacía algún movimiento brusco su brazo izquierdo protestaba dolorosamente. La chica lo esperaba, ansiosa por salir de allí e internarse en la penumbra boscosa, alejarse de la seguridad de la aldea para encontrarse con los misterios que aguardaban en el bosque.

Derufod salió de la aldea siguiendo los pasos de la joven Dorwyn, seguía pensando que si el asunto del licántropo se volvía imposible de manejar por él, no le quedaría más remedio que mandar aviso a Boromir, pero eso lo dejaría como último recurso. Se alejaron de las casas tomando un estrecho sendero, Derufod había observado la casi ausencia de gente en el poblado, la mayoría de su habitantes estarían atareados en sus quehaceres diarios y el miedo y la incertidumbre volverían al anochecer, pero mientras el sol se encontrase en el cielo, todos creían sentirse seguros.
La senda que tomaron fue volviéndose cada vez más espesa, internándose en el bosque donde los árboles, de altas y amplias copas oscurecían el camino. Dorwyn seguía adelante, parecía conocer a la perfección el lugar, caminaba dando saltos para evitar pedruscos y raíces. Derufod observaba las sombras y los lejanos claros de luz, era un bosque espeso y le resultó extraño para ser de aquella región de Rohan, parecía antiguo como sacado de otro tiempo.
Las cortezas de los árboles más viejos eran nudosas, gruesas y oscuras, pero todo estaba lleno de vida animal, podría oírse un sin fin de pájaros trinando y la carrera furtiva de aquellos animalillos que vivían entre los troncones caídos y las serpenteantes raíces que sobresalían en la terrosa superficie.
De pronto la chica paró y señaló al fondo de una suave pendiente, Derufod miró en aquella dirección y pudo ver una tosca choza que aprovechaba el grueso y robusto tronco de un árbol como sostén para el techo y las parees, la vivienda perfectamente podría pasa inadvertida entre la maleza de los zarzales y el ramaje del árbol.Dorwyn miró al hombre con su cara sonriente:
-Esperad aquí, mi amigo no se fía de los desconocidos –dicho esto salió a la carrera hablando a gritos en su propio idioma.Derufod observaba atento, el lugar parecía desierto, deshabitado, se dio cuenta que la chica, al aproximarse a la choza, iba despacio, calculando los pasos y evitando algunas piedra o ramas en el suelo cubierto por hojas. Pensó que posiblemente la vivienda estuviera rodeada de trampas para defenderse del ataque de ladrones y, como no, la bestia.
Sonrió un momento, aquello le recordó algo de su aventura en solitario cuando no era más que un adolescente y se dirigía a Minas Tirith, a la ciudad de los grandes senescales, con más ilusión que otra cosa. En aquella ocasión tenía mucha hambre, hacía varios días que acabó con la poca provisión de alimentos de que disponía y se acercó a una especie de cobertizo solitario que encontró en las afueras del camino. El lugar parecía desierto, pero no abandonado, el cobertizo tenía a n lado un pequeño corral con algunas gallinas y un cerdito rechoncho, tenía tanta hambre que no se lo pensó dos veces, cogería una de las gallinas para comérsela lejos de allí. Al no actuar de manera cautelosa, no percibió el gran perro negro que estaba atado cerca del cobertizo; camuflado entre unos grandes peñascos, el perrazo saltó ladrando con un furor que asustó a Derufod y sólo la cuerda evitó que se le echara encima. Al no poder acercarsepor esa parte rodeó el cobertizo hasta el corral y entonces chocó con algo, una trampa saltó del suelo y Derufod reacción con rapidez, soltó su mochila y se dejó caer en sentido contrario al de la trampa.
Cuando las fauces dentadas y terribles del hierro negro y mohoso de la trampa se cerró de manera mortífera, sólo atrapó su mochila de cuero desgastado, el joven asustado gateó hacia atrás alejándose de aquello, que perfectamente podía haber machacado su pierna. Derufod aprendió una lección más: no siempre aquello que parece desamparado, tiene que estar desprotegido; jamás volvió a acercarse a ningún lugar sin antes observar atentamente todo aquello que lo rodea.
La chica había entrado en la choza, tardó algo en salir y Derufod esperaba paciente y alerta, miraba arriba y hacia su alrededor, parecía que el lugar emanara una sensación de misterio, algo extraño se percibía en el ambiente y se percató del desagradable olor que transportaba el viento, era un olor tenue, casi vago, parecía provenir de más allá de la choza y, a pesar de ser algo casi imperceptible, Derufod pudo identificarlo, lo había olido otras veces, demasiadas quizás, le era tan familiar como la podredumbre de la descomposición de los cuerpos muertos de los orcos.Pero allí, esos seres, le pareció casi imposible, los rohirrim no habían visto orcos, sino una extraña criatura…
La chica le hacía señales y le gritaba desde la puerta de la vivienda:
-¡Espera ahí, enseguida va mi amigo!Vio salir de la oscuridad de la choza una figura alta y delgaducha, el muchacho, desgarbado y con una fea cicatriz que le cruzaba la cara de izquierda a derecha, se aproximó con lentitud hacia el hombre de Gondor, lo miraba receloso, desconfiado. Derufod le sonrió e inclinó ligeramente la cabeza a modo de saludo, pero el muchacho se quedó allí frente a él, quieto y serio, tenía una mirada profunda y triste, no le devolvió el saludo y no dijo nada.
-Dorwyn me dijo que viste algo extraño, ¿quieres contármelo?El chico miró hacia lo que era su hogar y después se volvió hacia Derufod:
-Tienes que verlo –dijo en un torpe oestron y le hizo señal de que le siguiera. El muchacho avanzaba deprisa, a Derufod le costaba seguirlo, se veía que estaba acostumbrado a andar por aquel terreno, se paraba de vez en cuando para esperar al gondoriano y proseguía ligero y rápido.
Derufod notaba, conforme se introducían cada vez más en la espesura, como aquel olor a carroña iba en aumento.Ascendieron por una loma pedregosa hasta que tuvieron que trepar por un estrecho desfiladero, los árboles parecían más oscuros y tenebrosos y la pestilencia era casi insoportable. El joven se paró en seco y miró muy serio a Derufod:
-Sigue tú por el camino -.dijo señalando el senderillo del desfiladero.
-¿Qué ocurre, no me acompañas? –preguntó Derufod algo extrañado, el muchacho evitaba mirar hacia el lugar que le había señalado, estaba nerviosos y buscaba las palabras adecuadas, su conocimiento del oestron no era muy amplio:
-No, yo vi y oí cosas horribles abajo, el bosque no es igual, los pájaros se marcharon, las ratas evitan eso…
Derufod miraba los gestos del muchacho, su cara de temor y repugnancia lo decía todo, torció el gesto la cicatriz dibujó un zigzag en la frente y mejilla, entonces se percató de que todo estaba silencioso y triste, no se oían pájaros y el aire era casi aplastante, asfixiaba.
Sigiloso y con mucha cautela, Derufod siguió adelante, sentía una extraña emoción, entre curiosidad y miedo, mantenía su mano derecha cerca de la empuñadura de su espada, atento a cualquier cosa que pudiera salirle al paso, pero sabía que allí nada vivo le atacaría, intuía lo que iba a encontrar al otro lado de la colina que acababan de ascender. Se giró un momento, pero ya no podía ver al muchacho, la cuerva en el camino se lo impedía.

Una vez más se sintió solo y aquello le dio fuerzas y coraje como siempre sucedía cuando se encontraba solo y debía enfrentarse a un peligro, lo asaltaban la incertidumbre y la duda, pero a la vez la confianza que sentía en si mismo y en sus propias posibilidades.
Sólo una vez se sintió abatido, estaba herido de gravedad y no disponía de sus armas ni la posibilidad de recibir la ayuda de un compañero. Los orcos lo habían herido en una emboscada, cayó del caballo y los otros dos arqueros que le acompañaban fueron muertos, luchó con todas sus fuerzas contra varios de aquellos seres venidos de la oscura y maligna tierra de Mordor, pero notaba como el cansancio y un frío terrible se iban apoderando de él; de la herida sufrida en el costado emanaba mucha sangre y las piernas comenzaban a flaquearle, se veía vencido y muerto, pues casi no podía levantar la espada y los orcos, viendo su debilidad, comenzaron a mofarse de él y prolongar su agonía con juegos. Sabía que no duraría mucho, pero el tiempo que le quedaba con vida la utilizarían aquellas criaturas abominables par torturarlo, se acercaban a él y le pinchaban con sus lanas y espadas, Derufod quería defenderse, pero estaba tan cansado, la sangre empapaba la ropa volviéndose pastosa y fría y los oídos le zumbaban, casi no conseguí enfocar con la vista a sus atacantes, entonces oyó un grito, la voz le resultó muy familiar. Una figura alta y corpulenta se colocó delante de él, se movía con presteza y agilidad, dando mandobles fue cortando cabezas y asestando golpes certeros en los cuerpos de los orcos hasta acabar con todos ellos. El hombre se acercó a él, le hablaba pero Derufod sólo oía un leve zumbido, su vista se aclaró por un momento y allí vio a su señor Boromir, sonriente le atendía la abierta herida y con aquella imagen que le llenó el corazón de esperanza, perdió la conciencia.
Ahora sabía que no corría ningún peligro y prosiguió el camino hasta alcanzar la cima, lo que vio en la andanada desnuda de árboles le hizo dar un paso atrás y le revolvió el estómago, el olor fue como una bofetada y casi no pudo contener las nauseas.

3 comentarios:

Baya de Oro dijo...

Sabes que soy una total fan de tus escritos...

Maeglin dijo...

Me suscribo me encantó tu relato cuando lo conocí a través de El fenomeno tiempo atrás y ahora vuelvo a disfrutarlo en tu blog. Enhorabuena y larga vida a Derufod.
Namarië

Anónimo dijo...

Tercer capítulo que leo esta noche. Has conseguido engancharme de verdad je, je, je. Y lo peor de todo es que me dejas con la intriga de saber qué ha visto Derufod en la cima -aunque me lo imagino- y qué va a pasar a partir de ahí. Porque ya es muy tarde y tengo mucho sueño, que si no me leía el siguiente...

En cualquier caso, ratifico lo ya dicho, que tu historia me gusta mucho, y aunque me he topado con algún pequeño fallito, creo que escribes bastante bien. Así pues, mientras sigo adelante con la historia de Derufod, te animo para que sigas escribiendo y publicando nuevas historias ambientadas en la Tierra Media, que estaré encantada de leerlas.

Besos