domingo, 2 de diciembre de 2012

Las Damas de Tierra Media, Recuerdos Oscuros

Capítulo 7


Los varones del grupo se encontraban reunidos en el museo de la armería, en esta ocasión se encontraba con ellos Aragorn, que tal y como prometió en la Sala del Trono a Merry y Pippin, fumaba la excelente hierba del “viejo Toby”.
Boromir había estado en muchas ocasiones en aquel lugar, lo conocía bien, al igual que todas las viejas historias de las hermosas piezas que allí se encontraban: espadas, escudos, armaduras, cotas de malla, estandartes…, etc.
El museo y todo lo que allí se encontraba le había despertado siempre el interés y desde muy pequeño había pasado las horas contemplando las viejas y excelentes armaduras, los hermosos yelmos de reyes de antaño y se había imaginado el poder de aquellas antiguas espadas combatiendo contra los enemigos. Boromir sentía fascinación por las historias de lucha y las hazañas bélicas de sus antepasados y los lejanos Reyes de Gondor.
Merry y Pippin escuchaban atentamente a Boromir, este tenía una gran espada en las manos, se la veía pesada y la larga hoja, brillante y bien afilada. Sostenía el arma por la labrada empuñadura con fuerza y seguridad y la agitaba haciendo un movimiento de ataque, dando mandobles, la hoja parecía cortar el propio aire:
-… y de esta forma mataba a sus enemigos, les cortaba la cabeza de un tajo y aquellos que veían aproximarse la mortífera hoja, huían despavoridos – dijo Boromir.

Pippin observó que Boromir le costaba trabajo mantener el arma empuñada y en movimiento, la espada era realmente grande y debía pesar mucho:
-Pero, esa espada es demasiado grande para un hombre, ¿no?, casi no puedes manejarla.
Boromir le miró volviendo a depositarla en su lugar:
-Esta espada es muy antigua y los hombres de antaño, los dúnedain de la época de los Reyes de Gondor era de una constitución más fuerte y altos de talla…, la raza – dijo algo pensativo y en voz más baja – fue declinando con el pasar de los años y el mestizaje con otros hombres de menor nobleza.
Pippin miró a Merry y volvió a dirigir la mirada a Boromir:
-Eso mismo sucedió con los Albos, que al mezclarse con otros hobbits terminaron perdiéndose, pero – sonrió satisfecho – de esta forma casi todos los hobbits de la Comarca tenemos algo de Albos.

Alejados de ellos, en un rincón apartado, pero bien iluminado, se encontraba Frodo, se separó de sus amigos sin que estos advirtiesen su distanciamiento. Pensativo y silencioso, observaba una vitrina, que a pesar de encontrarse apartada de aquella otra sala donde lucían las armaduras y espadas de los Hombres, era un lugar de obligada visita para todos los que fueran allí
Detrás de la vitrina, en la pared, se había colocado una placa metálica ricamente tallada y donde aparecía la inscripción de la Casa de Telcontar, el escudo del Rey Elessar, pero también había una leyenda escrita en Quenya y Oestron.
Frodo no necesitaba leer aquella historia, la conocía de sobra muy bien, sólo miraba atento las piezas que se encontraban en el interior de la vitrina. Quizás con añoranza, quizás con dolor.
La cota de mithril brillaba intensamente bajo la rojiza luz del atardecer, dando la sensación de despedir un resplandor como de sangre; Frodo recordó el día en que el viejo Bilbo se la regaló, sabía que a su sobrino le haría más falta, pues el viaje que debía realizar era el peor de todos.

Dardo estaba también allí, resplandeciente y orgullosa la hoja de los elfos de Beleriand, ahora descansaba posada en la fría superficie del blanco mármol. Contrastando con aquellas piezas impolutas, hermosas creaciones de antaño que los Maestros Enanos y Elfos crearon con todo el saber y tuvieron un destino digno de contar en los anales del Mundo, se hallaban sus estropeadas y sucias ropas. Allí estaban sus pantalones y la camisa hobbit, los que vistió desde que salió de la Comarca y su capa élfica, ¿o era la de Sam?, no lo recordaba, como si fueran unas reliquias a las cuales no se les puede poner un valor.
“Con ellas Frodo cruzó la Tierra Media y se adentró en el País de las Tinieblas, caminó bajo la Sombra sin ser visto, ascendió el Monte del Destino y cumplió su cometido, no exento de dolor y penurias”, así rezaba en la leyenda.

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