sábado, 15 de noviembre de 2008

Las Tres Damas, capítulo I

Este es un nuevo relato basado en Tierra Media, los acontecimientos tienen lugar después de la Guerra del Anillo y es una historia alternativa, romántica y divertida.
En esta historia, vemos a un Frodo felizmente casado con una hobbit (personaje dedicado a una amiga), Boromir que ha vuelto de entre los muertos y a Aragorn y Arwen que reunen a todos los amigos.
También aparecen algunos personajes creados por mi, que tienen sus aventuras en otros relatos.
Espero que os guste.




Reunión de amigos, I


Sentados a la mesa estaban los seis comensales, la velada era agradable y las conversaciones distendidas, no se comentaba ningún tema en concreto ni se profundizaba en cosas serias, simplemente estaban allí, hablando y comiendo y contando anécdotas divertidas.
Se encontraban en una sala privada de la gran residencia del rey, pero en aquel momento y junto a sus amigos, el rey Elessar era simplemente Aragorn y disfrutaba como un simple hombre, de la compañía de aquellos a los que quería.

Aragorn como anfitrión, ocupaba un lateral de la mesa y su esposa, la radiante u hermosa Arwen, se encontraba frente a él, aquella noche estaba especialmente majestuosa y a la vez etérea, su naturaleza élfica estaba de manifiesto y un mágico brillo brotaba de sus ojos azules envolviéndola en un halo de una belleza imposible de describir, era feliz, porque su esposo era feliz y eso la complacía.

A la derecha de Aragorn se sentaban Éolywyn de Rohan, la dama de Boromir con su larga melena rubia trenzada con lazos de plata, llevaba puesto para la ocasión un bonito y escotado vestido de un azul pálido con bordados de hilo de plata; se sentaba junto a su amado de manera relajada pero orgullosa, se sentía así por su hombre al que quería tanto y de cuyo amor renació a la vida Boromir, pero también por encontrarse en tan digna compañía. Boromir y ella habían viajado durante varios días para acudir a la invitación que Aragorn y Arwen hicieron a sus amigos, los primeros en acudir fueron ellos dos y los pequeños hobbits, Frodo y Valentina, su esposa.

Frodo sentado cómodamente a la izquierda de Aragorn, balanceaba los grandes y peludos pies; dispusieron dos grandes y mullidos cojines para que ambos hobbit se encontraran a la altura adecuada en la mesa.
Valentina comía con apetito todo cuanto había en la mesa y Frodo, que no se quedaba atrás con respecto a su esposa, hablaba con Aragorn animadamente, pero evitaba mirar a Boromir a los ojos, aunque lo hacía con disimulo, Aragorn se dio cuenta de ello.

Frodo había observado que Boromir parecía distinto, algo había cambiado en él, quizás eso de haber regresado de la muerte y la compañía de la dama rohirrim, le habían hecho más abierto y relajado, menos soberbio y altanero, aunque seguía teniendo ese deje orgulloso de “yo soy el hijo primogénito del Senescal de Gondor…”. Boromir no tenía ahora responsabilidades políticas, había renunciado a su derecho de heredad y a sus obligaciones como Capitán de la Torre Blanca, aunque Aragorn sabía que siempre le sería fiel y si lo requería, el caballero Boromir acudiría presto a luchar por su Rey.
Pero aun así, Frodo no confiaba demasiado en Boromir y su presencia le hacía estar en alerta, como si una vocecilla en su interior le recordase continuamente lo que sucedió aquel desgraciado día en Amon Hen. Frodo sabía que Boromir no volvería a causarle daño, ya no existía la amenaza del Anillo, pero le resultaba imposible borrar de su memoria esos angustiosos momentos vividos en la colina cuando Boromir casi lo mata para arrebatarle el Anillo.

Frodo había compartido aquellos pensamientos con su esposa, sólo a ella le hizo saber sus miedos y dudas, Valentina sabía que era absurdo tenerle miedo a aquel hombre alto, corpulento, de anchos hombros y que sin duda poseía gran fuerza, Boromir había pagado su debilidad con su muerte y no volvería a cometer otro error fatal como ese. Sin embargo, Valentina permanecía en constante alerta por si acaso. Había estado observando cada movimiento de Boromir desde que llegaron y nada parecía levantar amenazas. Boromir no se despegaba de su compañera, hablaba animadamente con Aragorn, saludó con respeto a Arwen y evitaba mirar a Frodo, por lo demás, parecía indiferente a ellos.

Realmente, Valentina no había deseado hacer aquel largo y agotador viaje desde la Comarca hasta Minas Tirith en Gondor, al principio se negó en rotundo, pero Frodo insistió de mil maneras hasta convencerla. Valentina se hallaba muy cómoda en su casa, la señora de Bolsón Cerrado no era muy dada a viajar y nada más la idea ya le horripilaba, pero era una invitación formal de Aragorn, el gran amigo de Frodo, el Rey del Reino Unificado, no haber aparecido habría sido un desprecio y un insulto para su marido, pero ella quería que su esposo insistiera y la agasajara, eso la hacía feliz.

Boromir asentía sobre algo que Arwen le contaba, cuando ella hizo una pausa, él se volvió hacia Frodo y le dijo.
-¿Me pasas la sal?
Frodo le miró de repente serio y aturdido, Boromir le miraba fijamente con una ligera sonrisa, tardó un momento en reaccionar, miraba extrañado y con los ojos muy abiertos a Boromir.
-Sólo te he pedido la sal… - dijo Boromir algo divertido dándose cuenta de lo turbado que se encontraba Frodo. Ellos nunca habían hablado demasiado después de lo sucedido en Amon Hen, ni si quiera habían cruzado cuatro palabras, Frodo siempre evitaba al hombre y Boromir, por su parte, se apartaba todo lo que podía del hobbit.
Frodo miró al delicado salero de cristal tallado que tenía a su lado y lo acercó, lo más que pudo a Boromir, éste lo tomó dándole las gracias y continuó con lo que estaba haciendo.

Éolywyn había estado contemplando la reacción del hobbit con el ceño fruncido, no le había gustado nada su comportamiento, había dirigido a Boromir una mirada de desconfianza y miedo que no tenía razón de ser, Boromir no era un asesino, no iba a descuartizarlo y comérselo allí.
Éolywyn no entendía muy bien a Frodo, ella creía que los hobbits, en general, eran gentes alegres, divertidas y amistosas, Valentina así lo parecía, pero su esposo siempre tenía cara de desconsuelo, como si un miedo lo embargara, con los ojos muy abiertos mirando de un sitio para otro. Le resultaba penoso, pues parecía que no había dejado atrás los acontecimientos vividos en la época de la Guerra del Anillo. Boromir había renacido y quería vivir más que nunca, pero Éolywyn creía o al menos, así le parecía a ella, que Frodo se hundía de manera extraña.


Continuará...

1 comentario:

Maeglin dijo...

Hay que saber perdonar a Frodo admitamos que aunque haya surgido del amor Boromir no deja de ser un necromante Jejeje.
Añádele a eso que sus últimos recuerdos del primogénito de Denethor no son los más apropiados para el hobbit y tenemos un resquemor más que fundado. ;-)